El Ciudadano Kane, la mejor película de todos los tiempos

Reproducimos la columna escrita para The Clinic por Benjamín Galemiri, destacado dramaturgo amigo de esta Corporación Cultural.

Varias veces han tratado de desbancar del primer lugar a la gloriosa película “El Ciudadano Kane” con un filme muy menor llamado “El Padrino”, basado en una de esos tantos y abominables best sellers.

Es cierto que “El Padrino” responde exactamente a lo que la industria norteamericana busca en una película de éxito: un pool de actores de primera línea, un guión simplón pero meticuloso, escenas de violencia de una gran eficacia cinematográfica. Pero nada más. En cambio el tsunami llamado “El Ciudadano Kane” tiene todo para ser una obra maestra capital en la historia no solo del cine, sino que del Arte.

Welles, había hecho en el teatro “Otelo” solo con actores negros, adelantándose mucho a su tiempo, y el famoso radioteatro de “La Guerra de los Mundos” que por la genialidad de Orson provocó una reacción increíble entre los auditores. Es en ese momento cuando Welles es convocado, a los 24 o 25 años, a Hollywood, así que le dan carta blanca para hacer su primera película. El director venía marcado de nacimiento, dotado, excelente pianista, mimado por su madre, quien le decía “algún día serás Presidente de los Estados Unidos”.

Orson Welles adoraba a su madre, pero también a veces la odiaba porque lo estaba preparando para ser el nuevo Miguel Ángel del arte, lo apartaba de sus compañeros y amigos, a quienes ella los consideraba un grupo de inútiles e incultos. Es por esto que la infancia de Welles fue por un lado esplendorosa, pero por otro solitaria. Esa dualidad acompañó a Welles toda su vida, y también eso se reflejaba en su cine, con los personajes interpretados por Welles, aferrados a las mujeres, como si quisiera de esa manera recuperar a su madre.

En la pluscuamperfecta “La Dama de Shanghai”, para mí, la mejor de Welles, Orson estaba de novio con la esplendida mujer y muy bella actriz llamada Rita Hayworth, a quien obliga a cortarse el pelo en forma dispareja, primera venganza contra su madre, y segunda, al final, en la legendaria escena de Rita, a arrastrarse por el suelo y un Welles que la desprecia. Eso provocó un gran polémica por la cruda escena de Welles contra una de las actrices más queridas y hermosas del cine norteamericano.

Experiencia

La primera vez que vi “El ciudadano Kane” fue acompañado por mi novia Sandrine. En esa época éramos estudiantes del Lycee Alliance Francaise Antoine de Saint- Excupery. Sandrine, además de muy bella, era una chica astuta. Yo con mi ridícula tarjeta de crítico, entraba a los todas las salas de cine en Chile y también a los legendarios ciclos de cine de la Biblioteca Nacional, del Goethe Institut y del Chileno Francés.

Antes de proyectar “El ciudadano Kane”, el proyeccionista pasó varios anuncios de películas por venir, todas excitantes, un par de Pasolini entre otras. Cuando finalmente comenzó “El Ciudadano Kane”, yo me di cuenta desde los primeros planos que íbamos a asistir al acto cinematográfico y artístico más importante del siglo. Ese poderoso blanco y negro, esos planos en constante movimiento interno o externo, ese Orson Welles que cuando filmó la película solo tenía 25 años, y actúa en su película pasando por todas las edades hasta la vejez y está perfecto con su maquillaje.

Es cierto que adoro a Welles como realizador, pero tengo mis peros por su forma de actuar un poco distante, que mostraba a un director que quería lucirse como actor, y no lo lograba. Sin embargo todos los otros actores de la película eran soberbios. Joseph Cotten, por ejemplo, especial, con una mirada poderosa que traspasa la cámara.

En ese momento Hollywood puso su vista en Welles, lo contrató con carta blanca, algo que no se había hecho nunca, ni siquiera con Chaplin antes de tener su productora United Artists con Mary Pickford. Aquí estaba este genio de un metro noventa y cinco centímetros, a quien le habían dado todos los recursos disponibles de la RKO para hacer su debut como cineasta, con una película que ya en el guión era muy polémica. Lo anterior ya que se basaba en la vida de Hearst, el Rey de las Comunicaciones, dueño del diario más importante de USA, filo-fascista. Se dice que la camarilla de espías que tenia Hearst, trató de impedir que se hiciera el filme.

Pero en esa época Welles era el nuevo niño-rey dorado del cine norteamericano y muy pronto mundial. La primera vez que Welles pisó el plató donde se iban a hacer algunas escenas del filme, se encontró con un genio de la dirección de fotografía llamado Greg Tolland. Se cuenta que Welles miró el techo, lleno de una parrilla de luces, y le preguntó: ”¿No hay techo en esta película? No, Orson, en ninguna película hay techo. Tenemos que iluminar”. Y ahí Orson sacó su férreo temperamento y pidió casi como una orden, sacar las parrillas de luces, y poner un techo de su gusto.

Sin darse cuenta acababa de iniciar uno de los cambios más importantes del cine en toda su historia. Los picados y contrapicados imposibles y seductores de Welles, fueron otras de sus aportaciones inmensas, como buen admirador del cine germano que usaban muchos los contraluces. Welles fue más lejos que sus adorados cineastas y provocó un cambio radical en la iluminación.

Había otro elemento que un amateur del cine como Welles inventó por sus dotes, el pan-travelling (la cámara viaja en un aparato como el cuello de una jirafa y hace un paneo), que usó varias veces, siendo el más genial de todos cuando en Ciudadano Kane se ve el techo de un restaurant con una ventana que daba hacia el cielo, y la cámara, con esos trucos wellsianos y también Gred Tollandianos, penetra por la ventana sin romper nada, en solo un acto más del genio de la magia.

Este recién llegado, estaba instantáneamente cambiando la historia del cine a medida que hacia la película. Hay aquí una cosa importante: el guión lo escribió Welles con Mankiewicz. Cuando se acabó el guión, Welles estaba eufórico, pero Mankiewicz le dijo “esta película está demasiado fría. No va a funcionar. Falta algo para que haya una cierta tibieza en medio de la búsqueda de la condición humana de los personajes”. Y ahí fue cuando nació “Rosebud”, que es la palabra que Kane pronuncia al inicio del filme, y que luego se daría a conocer su significado.

Todo el mundo le da una interpretación diferente. El personaje de Joseph Cotten dice que “Rosebud” era como le decía Hearst a su amante por su bella vagina. Esto llegó a oídas de Hearst,quien  se enfureció porque parecía que efectivamente él le decía a su amante por su genitales “Mi Rosebud”.

Al final del filme, con Kane en la quiebra y abandonado por su amante, su casa va a remate y comienzan a quemar algunas cosas. Ahí hay un travelling-in impetuoso a un hombre que lanza a las llamas un trineo, mientras la cámara se aproxima y se puede leer “Rosebud”. Pero en la película era el trineo de la infancia de Kane, antes de ser entregado a otra familia que lo crió. Rosebud era la infancia siempre buscada por Kane. Ese “Rosebud” dio un vuelco en 180 grados a la hermosa película y le quitó el exceso de frialdad (Jean Paul Sartre en una crítica a la película, dice que los intelectuales norteamericano son fríos). Mankiewicz, proveniente de Europa Oriental, encontró la pieza que faltaba y que permite que al final del filme surja un final iluminador y podamos decir “Ah, de eso se trataba el filme”. Unos años después, en una entrevista Welles dijo: ”A mí nunca me gustó esa solución, pero reconozco que funcionó”.

Al finalizar el filme, mi novia Sandrine mantenía mis manos apretadas. La miré y me di cuenta de que estaba llorando. “Es un filme demasiado hermoso. Es como una obra de Shakespeare”. Bueno Sandrine tenía razón, puesto que la mayor influencia de Welles fue Shakespeare. Hizo de hecho varias películas basadas en el Bardo Inglés. Salimos del cine y tenía que ir a escribir la crítica de la película urgente. Llevé a Sandrine a mi casa y cenamos, mientras yo le daba a la máquina de escribir. De vez en cuando ella me decía: ”Y recuerda la escena en que Welles intenta obligar a Joseph Cotten (que era el crítico de arte del diario de Kane) que haga una buena crítica a su amante que era muy poco talentosa en la opera”. Lo interesante es que ella no quería la fama, quería ser sencillamente la señora Kane. Pero él estaba obsesionado que cantara y cantara. Con esos gestos lo único que lograba era que la gente se alejase de él.

 

Con otra novia

Cuando vi por segunda vez “El Ciudadano Kane” con Vicky, mi nueva novia, la cosa estuvo más difícil. A Vicky solo le gustaba el cine romántico hollywoodense y a veces el francés. La película la aburrió. A cada rato me pedía que nos fuéramos. Cuando por fin terminó el filme, pensé que no era mala idea preguntarle a Vicky por qué no le había gustado. “Es un filme estúpido, lento y obvio”. Eso era suficiente material para escribir para otro medio mi segunda opinión en modo crítica.

Esa noche nos fuimos con un grupo de amigos a una suerte de fiesta. Conversé con muchos de L´Alliance sobre el significado del filme, y me daba cuenta de que todos estaban desconcertados de que una película norteamericana no entretuviera. “Pero la entretención es un mecanismo burgués. Lo que Welles quiere es que pensemos. Esa es la verdadera entretención” les dije. Esa fue la noche que conocí a Alondra, joven comunista habilosa y bella, que me atrajo mucho. No solo su bello cuerpo, sino su forma de ser. “Good personality” como dicen los norteamericanos.

Esa noche se habló del rugir inmenso, mundial de “El Ciudadno Kane” del gran maestro de maestros Orson Welles.

Kane y la dictadura

A mí, orador del área cine y teatro, me tocó hablar de El Ciudadano Kane, y lo que más querían mis compañeros y compañeras, era encontrar similitudes con el Chile de la Dictadura. Había, y muchas, pero muy bien escondidas. Esa frenética búsqueda de éxito a cualquier precio por ejemplo, que escondía su dolor de la infancia el trineo “Rosebud”, era algo que muchos tenían en su interior. Solo que nosotros éramos un conglomerado pacífico.

Ha pasado mucho tiempo, y sigue siendo El Ciudadano Kane mi película preferida aunque la que más me gusta es “La Dama de Shanghai” del mismo e inmenso Orson Welles. A veces en charlas, o en clases, me toca enfrentarme de una manera muy respetuosa pero intensa, a alumnos que adoran “El Padrino”, por sobre “El Ciudadano Kane”.

En verdad es un gran error. Una cosa es el placer superficial que te produce una película como “El Padrino”, y otra es el placer profundo y filosófico que te entrega Ciudadano Kane.

 

En pleno siglo XXI, vivimos los vaivenes del poder de los medios de comunicación, la aparición de las fake-news, la manipulación de las redes sociales. Pero esto ya estaba El Ciudadano Kane. El protagonista manipuló a Estados Unidos a través de su diario, tuvo la asquerosa iniciativa de juntarse con Hitler, y luego, como otros candidatos, intento ser Presidente de la República.

No se pueden esquivar los adelantos formidables de Welles con su película, él inventó el cine moderno, no teniendo idea por ejemplo de lentes y lentillas, le decía a su director de fotografía Greg Tolland, “Quiero que todo sea vea en 360 grados”. “Ah, la lentilla tanto”, respondía Tolland.

Orson Welles, era un hombre que fue un maestro concertista de piano, un erudito literario y filósofo. Un Don Juan empedernido ya que todas las protagonistas de sus películas se enamoraban de él. La incandescente belleza de Romy Schneider, la misteriosa beldad de Jean Moreau, la muy sexy Marlene Dietrich, la bomba erótica Rita Hayworth, y muchas más.

No se enamoraban de su plata, porque desde que estrenó el Ciudadano Kane, fue perseguido por Hearst quien insistía en que estaban retratándolo con furia y desdén en el filme. Welles se tuvo que ir a Europa, y por cierto el viejo continente lo acogió. Logró hacer algunas películas, pero nunca más volvió a tener el poderío de sus 25 años, cuando tuvo carta blanca de producción cinematográfica, se daba el lujo de actuar en películas que a veces eran interesantes y otras bodrios, pero lo hacía para poder financiar sus películas personales.

 

Se han hecho muchos rankings de las mejores películas de toda la historia, y siempre sale El Ciudadano Kane en primer lugar, salvo algunas excepciones en que sale una película de entretención pero vacía, sin filosofía, llamada “El Padrino”.

En épocas de pocas grandes películas, yo aconsejo ir al cine o ver en internet nuevamente “El Ciudadano Kane”, la mejor película de todos los tiempos. Sí, esa película es como “The Beatles”. Han salido muchas buenas bandas, pero The Beatles siguen siendo los mejores de los mejores.

El Ciudadano Kane produce un terremoto por su imperial belleza, su genial espacialidad cinematográfica y los más grandes inventos de narración en un “abismo” cinematográfico, con sus personajes convertidos en paradigmas de muchos cineastas que luego siguieron esta película. El estremecedor y bello Rosebud, que nos lleva “al final iluminante” donde se reorganizan todas las tramas y sub-tramas y donde caen todas las máscaras de los personajes. Como lo que pasa hoy en Chile, que van cayendo las máscaras en la política, en la iglesia, pero como dijo Welles: “Todos nacemos con una máscara, el problema es saber cuál es la máscara original”.

Es la película más shakespereana hecha nunca. Trataron de colorearla cuando estuvo de moda eso, pero no se logró. Coloreada o no, será siempre el faro más alto del cine mundial. El Ciudadano Kane es como El Quijote de la Mancha. La película, como la novela, contiene todos los temas posibles que se pueden usar.

Lo que viene a los cineastas es intentar buscar una nueva forma de filmar el Ciudadano Kane, y de esa manera nacerá un nuevo cine.

Bueno, el Ciudadano Kane, también tiene su mueca al cine y al arte, con el trineo “Rosebud”, y nos pregunta si es pertinente seguir haciendo cine. La respuesta es sí, tenemos que seguir haciendo películas. El meta-cine es la película dentro de la película, o mejor aún, es lo que los franceses llamaron a los inicios de los sesenta “El cine imita la vida”, o en los ochenta replicaron con “la vida imita al cine”