La semana anterior a la Navidad, asistí a la presentación de fin de año del Taller de Teatro Infantil que se ofreció durante 2022 en el Centro Cultural de Paine.
Entré a la sala como si nunca hubiera visto una obra, consciente de que el teatro infantil tiene sus propias formas y propósitos, muy distintos al teatro para adultos. Salí muy sorprendido, luego de encontrarme con un trabajo promisorio, escaso en estos tiempos en que los conceptos de arte y entretenimiento se confunden.
También esperanzado ante una posible «vía de escape» a los problemas del teatro en la comuna painina. Porque la introducción y desarrollo del teatro se convierte en un verdadero desafío en una comuna donde no se ha visto más que teatro comercial, donde el público aún espera el teatro de los sainetes, de la zarzuela y aquellas obras hechas “para no parar de reír”, o sea, el teatro como se hacía hace prácticamente cien años. Deben agregarse también las dificultades propias del teatro en cuanto disciplina artística, como son su amplia variedad de formas y técnicas, desde el “teatro de la palabra” hasta el “teatro del silencio”, por ejemplo, o la profusa producción teatral montada para gente de teatro, dedicada a ella, en lugar de apuntar al público común. Bueno, me refiero a Paine sabiendo que es un problema que se vive en todas partes.
Vayamos ahora al escenario.
La actriz Valentina Larraín, a cargo del taller integrado por una decena de estudiantes, recurre a dos sencillos, pero decisivos recursos.
Primero, escoge un texto conocido y probado, una pieza clásica del teatro infantil chileno, asegurándose así de que el contenido de la muestra se desarrolla sin riesgos.
Se trata de la «La princesa Panchita», comedia musical infantil escrita por el dramaturgo Jaime Silva (1934-2010), estrenada en octubre de 1958 por la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile, con música escrita por Luis Advis.
Se asegura también la profesora de un buen resultado omitiendo la parte musical de la obra, usando sólo el texto, sin que la representación alcance a perder contenido ni reste al interés del público.
La obra cuenta la historia de una niña cuyos padres pretenden casar con un príncipe muy rico. Por medio de la intervención de un hada, esta logra que los dos príncipes pretendientes hagan una competencia.
En segundo lugar, Larraín aprovecha novedosamente los recursos del estupendo Teatro Miguel Letelier Valdés (el nombre formal del Teatro de Paine) usando los discretos parlantes laterales del escenario para «apuntar» a los actores. Soluciona así un problema difícil de evitar en los actores principiantes, la memorización del texto, por tratarse de una obra exigente que se extiende hasta los cuarenta y cinco minutos.
Varios otros elementos contribuyen a completar una buena experiencia como espectador: nutrido público, cercano al centenar; iluminación y sonido sin estridencias, suministrado profesionalmente por el técnico del teatro; escenografía de buen gusto, discreta y construida prolijamente (los árboles de cartón, por ejemplo); un vestuario que identifica la escena con la vida campesina de Paine; una actitud concentrada y controlada de parte de los actores.
Ante este excepcional panorama, parece propicio imaginar la ruta a seguir en Paine para formar una tradición de práctica del teatro, práctica en cuanto espectador y como teatrista. Porque, claro, uno siempre quiere más, por lo que se comienza a imaginar que este puede ser el inicio de un proceso que en, digamos, cinco años, puede conducir a contar con una escuela de teatro en la comuna y suficiente público interesado en ver una obra cada mes.
Un taller para niños como el que recién hemos visto es un buen punto de partida. Debiera fortalecerse con una promoción apropiada para conseguir una mayor participación de niños y jóvenes, con asistencia a clases dos veces por semana, y la búsqueda del financiamiento de alguna empresa de la zona para contar con, a lo menos, dos profesores adicionales, dedicado a aspectos específicos de la enseñanza.
Ahora que se ha extendido la idea de que el empresariado está cada vez más dispuesto a financiar este tipo de trabajo (no solo por las rebajas de impuestos con que el Estado impulsa las donaciones en favor del arte, sino a causa de un nuevo genuino involucramiento con la comunidad), conviene invitar a las empresas pidiéndoles que incorporen a un voluntario de la empresa en labores directivas, de gestión o producción del taller, según sean los intereses y habilidades disponibles. Ese trabajo concreto de un representante de la empresa puede ser interpretado como una nueva forma de retribución por los aportes de esta. ¿Podría una empresa que tenga sus instalaciones en la comuna aportar 16 mil dólares al año para mantener este taller, que llevaría el nombre de la empresa y contaría con un representante en el directorio del Taller? Bueno, esto último lo planteo, aunque pueda parecer el desvarío habitual provocado por el entusiasmo.
Si conseguir financiamiento parece difícil, hay otro requerimiento que impone exigencias. Se trata de la forma de conseguir gente de teatro que apoye está iniciativa del modo que nos interesa. Si resulta difícil no es por una falta de preparación técnica, aquello propio de ese oficio, sino, como dije antes, por la tendencia de la gente de teatro a escribir para sus pares y de tratar materias que están lejos de los intereses de la persona común. Esto último, los temas abordados por el teatro, es un asunto que debe ser conversado.
Por ahora no hago más que recoger las opiniones recibidas en la conversación cotidiana, según las cuales los teatristas han abandonado las temáticas universales, cambiándolas por otras que interesan a minorías o a grupos de estudios específicos. Como ejemplo, me enviaron las frases que describen obras que se ofrecen por estos días en Santiago: «La inevitable interconectividad que hay en todo lo que nos rodea.», «En toda alma hay una marca oscura que es necesario ocultar», «una reflexión sobre el proceso creativo, formas, discursos, estéticas», etc. ¿Por qué las obras ya no hablan de la amistad, la muerte, la traición, el amor, la venganza, la avaricia?, preguntas que me parece válidas. Pienso en obras chilenas más o menos recientes, como «Monogamia», de Marco Antonio de la Parra o en «Das Kapital», de Benjamín Galemiri, donde se despliegan hechos de la vida cotidiana para emocionarse y reflexionar con humor y natural profundidad acerca de ellos. Para más abundar, recordemos obras reconocidas en todo el mundo, como son “La muerte de un vendedor viajero”, de Arthur Miller, o “Doce hombres en pugna”, de Reginald Rose.
Por otra parte, es comprensible que todo artista desee mostrar una producción artística e intelectual que supere a la de sus pares y le permita conseguir un buen sitial, ganar un prestigio. Sin embargo, pareciera que se corre el riesgo de una desconexión de las necesidades del público común, más todavía en comunidades donde no hay una práctica artística regular.
En una comunidad sin tradición teatral tampoco puede haber cabida para el arte comprometido, mayoritario en las carteleras del país en las últimas décadas. Repetimos una idea que no es nuestra, sino de consagrados autores de distintas épocas: cuando el artista requiere absoluta libertad para crear, el arte comprometido le quita esa libertad, pues lo obliga a callar aquello que no contribuye a la causa que promueve y a exaltar falsamente lo que la ayuda, sin importar si se trata de una falsedad.
Pareciera, entonces, de suma importancia iniciar el intercambio de ideas acerca de los temas a abordar con el teatro que se desarrolle en Paine.
Hasta aquí esta propuesta asentada en el optimismo y deseos de progreso cultural para Paine.
Sería ideal aprovechar el periodo de vacaciones que se inicia para conocer otras ideas, de modo que se pueda comenzar marzo con un plan de trabajo afinado.
Reiteramos las felicitaciones por lo realizado en el 2022.
¡Que viva el teatro!
Rodolfo Silva
Corporación Cultural Nuevo Horizonte – Paine
Enero de 2023