Todos tenemos la posibilidad de escribir historias para decir lo que pensamos o sentimos acerca de nuestro entorno: desde pequeños tenemos las herramientas para ello, el aparato fonador, las manos, un lápiz o un computador. También contamos con un lenguaje, las palabras, el idioma, las reglas ortográficas, que manejamos de un modo casi inconsciente. Con todo ello, solo nos basta precisar qué queremos contar y contarlo.
En el caso de la música, es muy dintinto, especialmente si se trata de una orquesta juvenil, como la Orquesta Nuevo Horizonte y otras tantas que hay en el país. Aquí hay que aprender primero a dominar el instrumento (violín, cello, flauta o el que cada uno haya preferido) y, en forma paralela, el lenguaje, la lectura e interpretación del pentagrama. Pueden pasar años hasta conseguir estos dos aprendizajes. En la práctica, es así. Un joven se incorpora a los 10 años a una orquesta juvenil y al retirarse, cerca de los 16, ha aprendido a tocar un instrumento y a leer música. Esto está muy bien y podemos considerarlo un objetivo cumplido; los beneficios de la música son indudables e incomparables.
En medio de este escenario positivo, sin embargo, falta tiempo para un aprendizaje adicional, el de contar una historia, de desarrollar una propuesta musical, con una visión propia, con la exposición de la propia interpretación del mundo por medio de la música. Son varios los factores que privan de este aprendizaje. Uno de ellos es la poca difusión que hacemos de aquellos músicos que han ofrecido una propuesta propia, que son muchos, sin duda, y el poco énfasis que damos a este aspecto de la vida musical.
Astor Piazzola es uno de esos músicos de propuestas significativas. No solo por su particular modo de ver la vida a través del prisma de la música, sino también por su porfía para seguir adelante con su estilo, a pesar de toda la resistencia que debió soportar. Así como el diseñador destaca el diseño y la función de un objeto, en el ámbito de la música habría que hablar del placer y la enseñanza de un maestro como Piazzolla: el placer que produce ser tocado por la belleza de su música y la enseñanza de un modo de vida ligado a la música.
Estas son algunas de las razones por las que fue tan significativo ver y escuchar Las Cuatro Estaciones Porteñas en el escenario del Teatro de Paine, con motivo del Concierto Dominical de la Corporación Cultural Nuevo Horizonte, en el mes en que en todo el mundo se conmemoraron los 25 años de su partida. Más aún, se trató de una versión interpretada por un ¡cuarteto de trombones! Como si la música de Piazzolla fuera poco, se agregó esta vez el protagonismo de instrumentos que hacen una nueva versión de la obra escrita para cuerdas y bandoneón. Para más abundar, trombones en manos de jóvenes, jóvenes de la Universidad de Chile, que consiguieron hacernos pensar que la juventud es un requisito para esa obra y un seguro para la inmortalidad.
Astor Piazzolla (Mar del Plata, 11 de marzo de 1921 – Buenos Aires, 4 de julio de 1992) fue un bandoneonista y compositor argentino considerado uno de los músicos más importantes del siglo XX y el compositor más importante de tango en todo el mundo.
Piazzolla vivió gran parte de su niñez con su familia en Nueva York, donde desde muy joven entró en contacto tanto con el jazz como con la música barroca de Bach.
Era un barrio violento, porque existía hambre y bronca. Crecí viendo todo eso. Pandillas que peleaban entre sí, robos y muertes todos los días. De todas maneras, la calle Ocho, Nueva York, Elia Kazan, Al Jolson, Gershwin, Sophie Tucker cantando en el Orpheum, un bar que estaba en la esquina de casa… Todo eso, más la violencia, más esa cosa emocionante que tiene Nueva York, está en mi música, están en mi vida, en mi conducta, en mis relaciones.
Astor Piazzolla.