Luego del largo receso impuesto por la pandemia del Covid, el 27 de marzo de 2022 volvió el ciclo Concierto Dominical en Paine, esta vez con la orquesta «Monseñor Romero» y el «Coro Católico de Chile», ambos creados y dirigidos por el maestro Sergio Miranda.
El maestro Miranda llegó a la ciudad de Carora, en Venezuela, en 1974, donde fundó la primera orquesta sinfónica juvenil de Venezuela. Dos años después se dio inició a El Sistema, nombre con que se conoce el programa nacional de orquestas en ese país, donde el maestro Miranda sostuvo un estrecho trabajó con el maestro Abreu, director de El Sistema. A su regreso a Chile, hace poco más de 20 años, el maestro Miranda fundó el Coro Católico de Chile. Su primera sede fue el Santuario María Auxiliadora en La Gratitud Nacional. Poco después de iniciado el coro, el maestro Miranda fundó la Orquesta Monseñor Romero (llamada así en homenaje al santo Salvadoreño), que busca entregar enseñanza para la iniciación a la orquesta sinfónica.
Con poco más de 30 músicos, la orquesta y coro abordaron música dedicada a la familia, aquella que es de fácil identificación entre el público no especialista en música.
Se cumplieron así 51 ediciones de este concierto que la Corporación Cultural Nuevo Horizonte ofrece cada mes.
El estudio de la Filosofía se concentra cada día más en solo unos pocos. Dentro de este, la Filosofía Tomista es aún más rara de estudiar, a pesar de que ha sido la base del pensamiento humado durante siglos.
Reproducimos a continuación dos clases donde, desde la perspectiva tomista, se reflexiona acerca de la existencia de Dios.
Quien las ofrece es uno de los más destacados pensadores chilenos del siglo XX, el sacerdote y religioso católico Osvaldo Lira, SS.CC.
Cómo lo hizo, qué quiso decir, qué emociones me provoca; las tres preguntas que habitualmente uno se hace al observar una pintura, se equilibran muy bien al apreciar el trabajo que Hernán Valenzuela y Consuelo Baeza presentan en la exposición «Oda a la primavera».
Asistimos a la inauguración de la significativa muestra pictórica que el Centro Cultural de Paine ofrece en su sala Patrimonial entre el 10 y el 25 de noviembre.
Significativa por varios motivos.
Por ser el reflejo de una sincera búsqueda interior, en una época en que la mayoría trabaja para dar en el gusto a las mayorías, buscando «seguidores».
Por mostrar una juvenil y desafiante provocación, en el caso de Valenzuela, y una mirada íntima, afectiva, en el caso de Baeza.
Por abordar variadas técnicas, acuarela, collage, tinta china, en una vital exploración que no culmina.
Son cuarenta y dos obras que reflejan también otras ideas de suma importancia: la capacidad de no interrumpir un trabajo de mediano y largo plazo (¿Cuánto tiempo se necesitó para completar esta exposición, seis meses, un año?); la fortaleza para abstraerse de la vida cotidiana y dedicarse a una labor que no entrega ningún beneficio práctico, mucho menos una ganancia económica; el beneficio de llevar a cabo una actividad en conjunto (se trata en este caso de un matrimonio que vive en la apartada localidad painina de Peralillo); una actitud abierta, de permanente aprendizaje y observación de la realidad (una realidad que habitualmente se evita, refugiándose en trabajos abstractos).
Se trata, entonces, de un grupo de atributos que convierten esta exposición en un buen punto de referencia para muchos, un modelo, un punto de partida.
Es esta también una importante contribución del Centro Cultural de Paine, que ofrece gratuitamente instalaciones pulcras, amables, con todo lo necesario para disfrutar de un fructífero momento de reflexión.
Qué: «Oda a la primavera», de Hernán Valenzuela y Consuelo Baeza. Cuándo: 10 y el 25 de noviembre de 2021, de 9.00 a 18.00 hrs. Dónde: Centro Cultural de Paine, Sala Patrimonial
Rodolfo Silva
CCNH Paine
“La novia no pase por sí misma el umbral de la casa, sino que la introduzcan en volandas: porque entonces no entraron, sino que las llevaron por fuerza”.
Así describe Plutarco en su obra “Vidas paralelas” el episodio conocido como el “Rapto de las Sabinas”. Ávido de encontrar mujeres para su pueblo, Rómulo organizó una fiesta a la que asistieron diferentes pueblos, entre ellos los sabinos.
Durante el convite los romanos raptaron a sus mujeres y así comenzó su historia que ha quedado custodiada para la posteridad en diferentes obras artísticas, como esta escultura realizada por Juan de Bolonia conocido como Giambologna.
Parece que dicha obra no respondía a ningún encargo sino que el propio Giambologna quería poner a prueba sus dotes artísticos sacando a relucir todo su virtuosismo.
En línea serpentinata las figuras se retuercen en una explosión de contrarios: la lucha de la mujer contra la victoria del hombre, la vejez de la figura postrada a los pies frente a la juventud del personaje que agarra a la sabina, la mirada de triunfo frente a la desesperación.
Los músculos de los cuerpos se tensan, las facciones de la cara muestran la incredulidad y la furia.
Es también una escultura de miradas, porque entre el retorcimiento de las figuras sobresalen los sentimientos detrás de ellas y porque es una obra hecha para ser mirada desde diferentes puntos con resultados muy dispares.
Juan de Bolonia recibió de Miguel Ángel la lección de realizar estudios previos de sus obras e, igual que hizo el genio, de un solo bloque de mármol sacó una vida capturada para la eternidad.
Reproducimos el ciclo de charlas “Grandes Maestros”, realizado en forma conjunta por el Museo Ralli (Santiago) y el Departamento de Extensión Cultural de Universidad Finis Terrae.
El Museo Ralli Santiago y la Universidad Finis Terrae han organizado esta charla conducida por la Historiadora del Arte Beatriz Huidobro, en la que se realiza una introducción a la producción artística de Henry Moore, uno de los escultores más relevantes del siglo XX. La intensa observación de las formas naturales, las figuras reclinadas como tema recurrente y las influencias decisivas en su evolución, son algunas de las temáticas que se analizan en el encuentro.
Recordemos que el arte no Occidental, especialmente el arte del México antiguo, ejerce una gran influencia en el trabajo de Moore .
Facultad de arte, Universidad Finis Terrae
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Museo Ralli Santiago
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Reproducimos el ciclo de charlas “Grandes Maestros”, realizado en forma conjunta por el Museo Ralli (Santiago) y el Departamento de Extensión Cultural de Universidad Finis Terrae.
Relatado por Camila Opazo y Marilú Ortiz de Rozas.
Junto al Museo Ralli Santiago y parte de su colección, en este encuentro se realiza un recorrido por la vida y obra del artista estadounidense, conocido como el padre de la escultura cinética, quien se radicó en el París de los años 20.
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Gabriela Mistral sigue inexplorada. Reproducimos a continuación una faceta poco conocida de su profundo pensamiento. Se trata de un ensayo escrito en 1919 y recopilado en 1977 en «La desterrada de su patria», edición a cargo de Roque Esteban Scarpa.
«El patriotismo de nuestra hora» Nuestra historia nacional no necesita ser cantada en un poema para embellecerse. Es hermosa como un canto, de su primera a su última página. Si la leemos a un extranjero, no necesitamos evitar un episodio torpe; no se nos quebrará la voz por la vergüenza en ningún período. Hasta nuestros hombres más discutidos son grandes. Las horas de mayor confusión son breves, y casi siempre, son transiciones de un estado a otro mejor. Es hermosa nuestra historia, y para dar en una narración a nuestros hijos la llamarada del heroísmo, no necesitamos recurrir ni a Grecia, ni Roma, si Prat fue toda Esparta.
Y es sobria y simple, como un mármol clásico; la guerra de la independencia, dura y victoriosa; el período de organización, más breve que en cualquier otro país de América; la Guerra del Pacífico, en la que no lanzamos, recogimos la invitación a un desafío desigual y formidable. Y hemos de insistir en la justicia de nuestras guerras, para aventar la acusación gravemente odiosa de nación militarista que nos han formado. Sabemos demasiado bien que la espada debe ser el arma extrema que esgrima el derecho para salvarse; sabemos, y ojalá no lo olvidemos nunca, que el horror de una contienda armada sólo se excusa y se enaltece cuando parte como un imperativo de fuego, de los labios mismos de la justicia.
Esto es lo que dice, si está honradamente escrita, la historia de nosotros. Pero es preciso corregir el vicio de algunos pueblos sobre el concepto del pasado y sus relaciones con el presente.
La historia es algo más que un motivo para disertaciones sabias y para arengas líricas. No es una cosa de museo, no es una muerta, es una inmersa viva, erguida ante nosotros, sugiriéndonos y exaltándonos; es una fuente plena y palpitante, que, como las que manen en las quiebras de las montañas, necesita prolongarse por un río, que es el presente. Limitarla en su belleza y en su resplandor, fuera agotarla. Nosotros somos sus continuadores; hemos de forjarla sin un desmedro de su hermosura pretérita, en cada hora actual, en cada ley justa que entregamos, en cada actividad nueva que aparece sobre el país. Con ser tan grande la obra de la Independencia, que conmemoramos, es sólo un lienzo extendido, sobre la cual los próceres trazaron, con los colores rotundos, del carácter antiguo, un fondo inmenso en el cual las generaciones que venían, irían trazando las figuras, las divinas teorías, de las ciencias, las artes y las industrias, como en un fresco milagroso de Puvis de Chavannes. La emancipación política del país constituyó solamente un punto de partida. No podían darnos más los que la hicieron. Para su época era mucho. Bolívar, el organizador, no hubiera ido más lejos. Todo lo que se nos legó tuvo que ser incipiente; ciencias e industrias todo lo vamos reforzando y definiendo; la educación como las leyes y las poblaciones. Y a tales campos, hemos de llevar, como el artista moderno a su obra, este credo altivo. «No somos los copiadores de nuestros augustos modelos. Corregimos, sin insolencia, los errores de su legislación; mantendremos con ternura, las líneas generales, que son sabias. No tendremos el miedo del progreso, el pavor de lo nuevo, porque su empresa, fue la negación de ese miedo; pero rectificaremos sin precipitación y sin énfasis esta sagrada obra suya, confiada a nuestras manos amorosas y conscientes».
La libertad no es como esos mármoles que, al ser exhumados después de siglos, mostraron a los excavadores trémulos, en cada línea, sobre cada gesto una perfección infinita, que hechizaba, por profana y bárbara cualquier toque de una mano de vivo. Lejos de eso, la libertad es una estatua vaciada en arcilla transitoria y dócil, en lugar del mármol eterno, y se erige sobre cada siglo, mostrando los yerros del pasado y pidiendo, exigiendo a los hombres otra línea más armoniosa, otra faz más humana y profunda. Es la diosa eternamente joven, pero eternamente diversa, en la que se mantiene la índole divina y se mudan la expresión y el movimiento. Y la tarea más de los hombres de una época es poner sobre ese semblante sagrado, con religiosa gravedad y moldearla mirando a las multitudes que dictaran su tipo, más que quede siempre sobre toda ella aquel resplandor que es su signo de hija de Dios.
Hay en el fondo, de todos los pueblos, dos maneras en la búsqueda del bienestar social, que chocan violentamente, en apariencia, y en verdad concurren a la armonía, aspiran a ella, están destinadas a realizarla: son el amor de la tradición, y el del progreso. Ellas asoman en cada período histórico y se personifican en figuras opuestas, pero igualmente grandes. De estos dos conceptos del bienestar social, sólo nos conoce uno el extranjero; el mesurado, el regulador, y suele llamarnos rezagados, solamente porque no somos impetuosos. «Chile, se ha dicho por varios hombres de estudio, es el país que realiza más serenamente —o más tardíamente— las reformas políticas entre las tres naciones más importantes de América; Chile es el menos democrático y el menos moderno de aquellos países». Los observadores lejanos se han engañado un poco. La herencia de Carrera, el apasionado, y la de Balmaceda, el demócrata, no se han perdido. Están latentes, luchan, hasta hoy sin sangre, con la opuesta, y en las nuevas leyes ambas ponen su que rotundo y febril la una, sabio y sereno la otra y de esta colaboración de adversarios, como de la síntesis de los elementos antagónicos en la química del universo, nos están naciendo reformas armónicas, hace diez años insospechadas, y que traen la hermosura de la justicia, una justicia social que alivia y reconforta. No somos, pues, los rezagados de esta hora magnífica. Aunque nuestra montaña nos separe del mundo, miramos por sobre ella, el momento universal y recogemos la lección inmensa. Por algo tenemos el mar, elemento de amor entre los pueblos, por algo tenemos una centuria de civilización, parece curarnos del error más fatal para un pueblo moderno. El odio a la evolución.
A la nueva época corresponde una nueva forma del patriotismo. Es necesario saber que no es sólo en el período guerrero cuando se hace patriotismo militante y cálido. En la paz más absoluta, la suerte de la patria se sigue jugando, sus destinos se están haciendo. La guardia no se efectúa en las fronteras y es que se hace a lo largo del territorio y por los hombres, las mujeres y hasta los niños. Saber esto, sentir profundamente esta verdad, es llevar en la faz, y en el pensamiento, la gravedad casi sagrada del héroe. Comprender que la hora que vivimos no es menos profunda que la que vivieron los hombres de la Independencia, es aplicar a nuestras palabras y a nuestras acciones la reflexión del que está decidiendo en una empresa solemne. Tal pensamiento engrandece de un modo inaudito nuestra vida cuotidiana y debe quitar banalidad a todos nuestros actos, y mantenernos a Dios como erigidos en nuestros corazones, para que hablemos y obremos sólo la justicia.
Es una hora para los hombres justos, y para los pensadores. Nunca ha sido tan necesario como hoy, meditar y actuar sucesivamente, y con todas las fuerzas del alma. Y nunca tampoco ha sido más imperiosa la necesidad de una colaboración colectiva. Muchas veces han sido llamados a decidir sólo los hombres intelectuales en las reformas. El Chile de ochenta años ha sido dirigido por ellos. Ahora todas la voces son demandadas y tienen igual acceso la cátedra y la fábrica en la discusión del bien común.
¿Cuáles son las virtudes que exige a sus fieles el nuevo patriotismo de que hemos hablado? Primero, el trabajo, la actividad como deber de todos, pero desarrollada con alegría, para lo cual ha de perder lo brutal que tiene en ciertas faenas. La segunda virtud de este patriotismo ha de ser la elevación de la cultura. Hasta ahora no ha sido ella una obligación común; poseerla parece dichosa excepción, y ha de constituir un simple deber hacia la época. Forma parte de la dignidad humana; ésta es la verdad. Y no ha de dejarnos satisfechos aquella semicultura que suele ser cosa tan triste como el analfabetismo, porque no teniendo la capacidad verdadera, tiene la pretensión y suele recibir hasta los honores de la cultura real. Necesitamos una cultura general e intensa que, en los mejor dotados por la naturaleza, será la fuente natural de descubrimientos científicos y de obras de arte y en los peor dotados, dará la comprensión honrada de la labor de aquéllos. Es necesario saber, y decirlo sinceramente, crudamente, que en la crítica que de Chile se hace en el extranjero el mediocrísimo nivel de instrucción en nuestra clase media y el nivel bajo que tiene la clase humilde, son una formidable acusación y un motivo bien explotado de inferioridad nacional que nuestros enemigos presentan ante las grandes naciones para degradarnos. Esta vez no podemos defendernos; nuestros servicios están muy lejos de tener el brillo de nuestro Ejército y nuestra Marina. Y hay que pensar en que negarle cultura a un país, es como negarle el alma a un hombre. La tercera virtud del patriotismo de la paz ha de ser la simpatía por el mundo, precisamente lo opuesto de lo que suelen predicarnos los hombres del odio. Somos un pequeño pueblo, todavía en formación, que necesita de todos; de unos, la influencia intelectual y de otros los capitales, para sus industrias. Suelen las naciones por mantener la pureza de la raza, hacer la decadencia de ella misma. La naturaleza en este, como en todo, única maestra, nos demuestra que mezclarse no es perderse, que es sólo transformarse en un sentido de belleza y de valores. Por otra parte, tenemos demasiado próximo el horror de la guerra europea para que, mirando en el Viejo Mundo la obra del odio, no nos hagamos los hombres del amor en América, si debemos ser mejores. Nada de prolongar en nuestra carne pura la gangrena de una lucha de razas que ha sido en Europa un doble y terrible pecado contra el alma y contra la vida, contra el alma, puesto que anuló los valores morales; contra la vida, puesto que arruinó el Estado económico.
Demasiados conocidos ya los episodios de la Independencia, para que su elogio sea necesario en esta disertación, aludiremos al terminar, el desarrollo más importante del período de paz, que es sin duda, la formación y el desarrollo de las nuevas ciudades.
A las tierras que la espada conquistó, o cubrió defendiéndolas, fueron los hombres del esfuerzo a alzar ciudades. Alabemos a todos aquellos que han elevado un Chile de 1810, sin industrias, sin comercio, con menos de un millón de habitantes, al Chile de hoy, con cuatro millones y con puertos bullentes de navíos. Son los colonizadores. No les preguntemos de dónde vinieron; trajeron su fiebre de actividad, respetaron nuestras leyes, y nos basta. Lucharon en Antofagasta con el desierto, conocieron la sed y los peligros como el beduino árabe, en la pampa atroz, llagada de sol implacable; arrancaron al suelo sus tesoros y fueron creando los puertos, hacia los que trajeron, con los frutos perfumados de la zona tórrida, las gentes nuevas y laboriosas. Lucharon en Valdivia con la selva hostil y formidable como una divinidad bárbara y la vencieron y levantaron la ciudad sobre los muñones sangrientos del bosque, y llamaron a los hombres a seguir su obra, ya más dulce y más humana. A aquí en Magallanes, los colonizadores lucharon con la selva y la nieve polar, el monstruo negro y la blancura resplandeciente, pero mortal, hasta hacer de la tierra de los lobos marinos y del silencio, la tierra para los hombres, la capaz de sustentar gentes, y de darles, con el trabajo, la dignidad y la hermosura de la vida.
Y alabemos a los que acudieron después a los campos desmontados, a hacer palpitar las máquinas febriles y a crear las industrias y el comercio. Por ellos fue una ciudad cubriendo el llano y haciendo retroceder la guirnalda tenaz de la selva. Ladrillo a ladrillo, muro a muro, la ciudad fue naciendo. Son los brazos deformados por el esfuerzo brutal, más divinos que los que se alzan en los bronces; son las manos oscuras que tronchando los robles y descuajando el carbón, al entregar el fuego entregan la vida; son los hombres silenciosos y anónimos que la fábrica o el campo devuelven al atardecer, y pasan, sin soberbia, como si ignoraran su propio poema, por las calles, los que nos hicieron y nos siguen haciendo día a día este organismo poderoso que es la ciudad moderna. Toda la región dice su lucha contra la naturaleza, y si un poeta no la alabara, como en el milagro bíblico, las piedras y los árboles la cantarían … La llanura patagónica es menos grande que su corazón y que su faena.
Alabemos, por último, a los hombres del espíritu, que abrieron la escuela para dar la ciencia que es como la esposa de los hombres libres. Uno de estos sembradores, el más fatigado de labor cayó hace meses no más sin haber puesto entre su cátedra y su sepultura ni un paréntesis de reposo feliz. Fue ese don Nicetas Krziwan, y hemos de decir su nombre en esta fecha en que él reunía a sus discípulos para vivir con ellos, en una alocución, las glorias de una patria hecha suya por el amor.
Todos estos que he enumerado, exploradores, obreros, maestros, han hecho un pueblo, y no hay nada más grande que realizar en el mundo. Por sobre las diferencias de faenas, los unifica hasta confundirlos al fin y el resultado de belleza. Ni todos hablan nuestra lengua ni en todos está nuestra sangre. ¡No importa! A una patria le basta tener leyes justas, para hacerse amar; le basta para incorporarlos a ella ofrecerles una tierra vasta, y esta patria, como cualquiera otra, para ser noble ha de tener, como Cristo, abiertos sus brazos hacia todos los hombres de la tierra.
Magallanes, 1919.
El fundador de Les Arts Florissants estrena la ópera de Rameau.
Hay joyas del barroco francés que todavía no se han escuchado entre las paredes del Gran Teatre del Liceu. Y una de ellas es Platée, de Jean-Philippe Rameau, la ópera mitológica que narra la burla y humillación a que se expone una ninfa acuática enamorada del dios Júpiter. El gran compositor de la Ilustración la estrenó en 1745, en ocasión de las bodas de Luis XIV con la Infanta Maria Teresa de España. Ahora un gran experto en este periodo musical como es el maestro William Christie (Buffalo, 1944), clavecinista en origen, pondrá remedio a esta ausencia en el Liceu este miércoles, 3 de febrero (19 h). Será en versión concierto junto a su ensemble vocal e instrumental Les Arts Florissants.
William Christie conversa con este diario acerca de las razones por las que en España apenas se programa a un compositor como Rameau, tan crucial en el siglo XVIII como lo fueron Bach o Händel. Y también sobre Platée, que en el Liceu contará con un excelente elenco de voces solistas, comenzando por el tenor holandés Marcel Beekman, que da vida a la poco agraciada ninfa, o las sopranos Emmanuelle de Negri y Jeanine de Bique (como Amour y Folie respectivamente), más la mezzo Emilie Renard (en el papel de Junon, la celosa mujer de Júpiter), y el bajo Edwin Crossley-Mercer, como Júpiter, el que por hacerle una broma a su esposa le hace creer a la horrenda Platée que se casará con ella.
Históricamente se ha querido ver en Platée una ironía política en forma de ópera, pues el delfín de Francia se desposaba con una infanta poco atractiva que para el refinamiento de Versalles tenía maneras burdas.
Rameau ya llevaba años queriendo hacer Platée cuando esto sucede, así que la infanta María Teresa no era el tema de su ópera. Eso de que se burlaban de ella en el propio festejo de su boda es una invención romántica. Lo que sucedió es que debía hacerse otra ópera pero Rameau fue llamado por el rey de Francia y él propuso hacer Platée.
Al personaje de la ninfa se le caracteriza con pupas y berrugas, y con una voz oscura, alejada de la voz preciosa de una soprano. ¿Una crueldad?
“Es cierto que esta ópera es cruel y contiene comentarios terribles sobre una mujer fea que esencialmente es humillada. y el final es trágico, ella se da cuenta de que ha sido traicionada. De hecho toda la ópera es una broma y burla constante hacia su persona, la única que se mantiene todo el tiempo en escena.
Pero en ocasiones se hace difícil entender y compartir el humor de siglos atrás. La crueldad hacia los animales en el XVIII hoy no nos haría gracia, ni vamos a ver cómo se devoran dos perros o se ejecuta a criminales. Platée , la historia de la princesa rana, se debía considerar entonces una tragedia divertida más que una comedia.
Es curioso que una joya del barroco como esta no se hubiera escuchado en el Liceu 320 años después. ¿Por qué cree que la fiebre por Bach o Händel en España no ha alcanzado a Rameau o Couperin?
Porque Bach llevaba más tiempo siendo conocido y porque Händel había escrito muchas óperas, y las óperas pueden interpretarlas cantante modernos y orquestas modernas, aunque no es lo que más me gusta, se puede hacer. Una Alcina, un Giulio Cesare o un Ariodante funcionan. A quienes les gusta Händel les gusta el bel canto, de manera que alguien que canta bien lo puede hacer. Y lo mismo sucede con la orquesta. Pero con la ópera francesa es distinto. Es una lengua diferente al italiano de las óperas de Händel y es una música que requiere más especialización para hacerla sonar elocuente.
El barroco francés «Si no hay la misma fiebre por Rameau que por Bach o Händel es porque para sonar elocuente requiere más especialización»
Rameau es de los más grandes del siglo XVIII junto con Bach y Händel, uno de los más importantes y que requiere mayor atención. Es de justicia decir que ahora las casas de ópera de Alemania y Austria, Estados Unidos o Gran Bretaña están haciendo Rameau y otros de sus contemporáneos. El público se está desarrollando.
Junto con John Eliot Gardiner y Jordi Savall forma usted parte de una generación dorada de batutas que redescubrían repertorios e iban en busca del sonido original. ¿Ve un posible equivalente de aquella experiencia pionera o va a ser difícil que se repita en el futuro?
Creo que hay muchos jóvenes directores especializados en música antigua, muchos son muy talentosos, y también hay magníficos instrumentistas, violinistas, flautistas, oboístas, cellos… Creo que ahora hemos ido lejos con la esencia, hemos demostrado que especializarse en este tipo de repertorio y tocar con instrumentos antiguos permite entender la música y dejarla sonar. Se ha convertido en algo muy importante en todo el mundo. hoy en día. Música antigua la hay en todas partes, en Salzburg, en Glyndebourne, en el Licoln Center… está tanto en Viena o Berlín que son grandes capitales de la música como en Londres o Nueva York. Tal vez sí fuimos pioneros con Jordi Savall y Gardiner, pero hay mucha gente en la generación joven que hace un trabajo extraordinario.
¿Hasta qué punto ha sido un éxito la música con criterios historicistas? ¿Ha cambiado la forma de tocar incluso en las grandes orquestas modernas?
Sin duda. Las grandes orquestas ya no tocan Bach como lo hacía Karajan, los pianistas no tocan Mozart como treinta años atrás.. La forma en que se interpreta la música demuestra que ha sido una gran influencia en términos de estilo y en la manera de leer la partitura.
¿También en los nuevos creadores de la composición contemporánea?
Muchos de los que conozco y me gustan compruebo que están efectivamente influenciados en términos de música antigua. El repertorio se ha extendido, es mucho más grande, la gente quiere escuchar Bach tocado por una orquesta de instrumentos originales del mismo modo que quiere oír Richard Strauss por la Filarmónica de Viena.
Usted era un chaval de Buffalo educado en Harvard y Yale que vino a Europa, se instaló en Francia, se dedicó a recuperar la música antigua del país y acabó siendo Chevalier des Arts, entre otros títulos. ¿A sus 76 años comprende algo más de su propio proceso?
Fui criado en una familia rica en ideas culturales. Mi padre fue una figura importante en la vida de mis hermanos y yo. Y éramos muy conscientes de lo que Europa había significado en términos de cultura, ya fuera para Estados Unidos, como Sudamérica, Australia, África… Las grandes materias de la cultura mundial proceden de allí.
De chaval en Buffalo a Chevalier des Arts «Era un universitario muy infeliz en tiempos de la guerra del Vietnam. Decidí irme a un país que adorase su cultura»
Dejé los Estados Unidos para siempre en finales de los años sesenta. Era muy infeliz como universitario, era un momento social terrible por la situación de la guerra del Vietnam. Decidí irme, asentarme en un país europeo, un país que adorase su cultura. Ahora soy feliz regresando a los estados Unidos. A finales de los 60 era horrible, y ahora hay otro tipo de situación terrible, pero me encanta Estados Unidos. Y a la vez soy muy feliz. Tengo pasaporte francés y me he convertido esencialmente a la cultura francesa.
¿Cómo ha vivido la era Trump?
Donald Trump y cultura son antitéticos. Trump no tiene cultura, se crió sin. En los cuatro años de su mandato no hubo ningún evento cultural en la Casa Blanca. Y ha conseguido aún 72 millones de votos… Hablar de la cultura como bien esencial será difícil.
¿Y el Brexit? ¿Le afectará?
Tendré menos conciertos en Gran Bretaña pero no me cambia nada. Ahora bien, para los músicos del Gran Bretalla será terrible. El Brexit será una de las cosas más fastidiosas para la cultura en tiempo. Es una situación muy triste con consecuencias graves. Ya hemos visto a organizaciones importantes dejar el país, o a orquestas europeas que dejan Londres y se relocalizan en Europa.
¿Qué planes tiene en esta pandemia?
Hemos creado la Fundación William Christie y Arts Florissants para formar a gente joven y transmitir el conocimiento. Es importante. De aquí a un par de semanas tengo una master class en el campo con cantantes, es del tipo de cosas que hacemos ahora: enseñar y transmitir. Obviamente cuento con Paul Agnew, el director asociado de Les Arts Florissants, que siempre ha sido clave.
¿Dónde prevé buscar financiación ahora que la crisis sanitaria del coronavirus está provocando una crisis económica importante?
Bueno, los años dorados en que los gobiernos gastaban dinero en la cultura han quedado atrás. El francés en los años 60 y 70 promovía cultura de todo tipo, pero el mundo económico es hoy muy distinto. Hay países que han tenido programas culturales que ahora desaparecerán por falta de dinero. Y en Europa Francia todavía es de los que se considera un país cultural, como España, la cultura es parte importante de su identidad. Pero desde hace un par de décadas la gente de la cultura ya hemos visto que había que ir a buscar patrocinadores y mecenas. La vida musical ya no es fácil.
Publicado originalmente por el diario La Vanguardia, M. CHAVARRÍA, BARCELONA, 02/02/2021.
Un dólar y ochenta y siete centavos. Era todo. Y setenta de los centavos reunidos en peniques. Peniques ahorrados discutiendo con el almacenero, el verdulero y el carnicero, hasta que ella, la silenciosa implicación de avaricia que aquel ávido regateo implicaba, le hacía arder las mejillas. Delia contó tres veces el dinero. Un dólar con ochenta y siete centavos. Y al otro día era Navidad.
Evidentemente, sólo podía echarse sobre el mísero lecho y llorar. Y eso fue lo que hizo Delia. Lo cual provoca la reflexión moral de que la vida está compuesta de sollozos, resoplidos y sonrisas, predominando los resoplidos.
Mientras la señora de la casa pasa gradualmente de la primera etapa a la segunda, echemos un vistazo a su hogar. Era un departamento amueblado de los que cuestan ocho dólares a la semana. No se puede decir precisamente que fuese algo indescriptible, pero merecía ser clasificado por la policía como refugio de pordioseros.
En el rellano del primer piso había un buzón en el cual no podía echarse ninguna carta, y un timbre eléctrico al cual ningún dedo mortal sería capaz de arrancar un sonido. También pertenecía al departamento una placa que ostentaba el nombre de “Sr. James Dillingham Young”. Aquella placa había nacido a las caricias de la brisa de un periodo anterior de prosperidad, cuando a su dueño le pagaban treinta dólares a la semana. Ahora que sus ingresos se habían reducido a veinte, las letras del apellido “Dillingham” estaban borrosas, como si pensaran seriamente en ajustarse a una modesta y humilde “D”. Pero siempre que el señor James Dillingham Young regresaba a su hogar y entraba en su departamento del primer piso, lo llamaban “Jim” y era calurosamente abrazado por la señora Dillingham Young, quien ya ha sido presentada al lector con el nombre de Delia.
Y todo esto está muy bien. Delia dejó de llorar y se retocó las mejillas con una borla de cisne. Se detuvo frente a la ventana y miró con tristeza a un gato gris que caminaba sobre una tapia gris en un patio gris. Al otro día era Navidad y ella solo disponía de un dólar con ochenta y siete centavos para comprar un regalo a Jim.
Había ahorrado los peniques posibles durante meses y ese era el resultado. Con veinte dólares a la semana no se llega muy lejos. Los gastos fueron superiores a lo calculado, como siempre.
Sólo un dólar con ochenta y siete centavos para comprar un regalo a Jim: su Jim. Había pasado muchas horas felices imaginando algo bonito para él. Algo bello y raro. Algo auténtico… Algo digno, una pizca digno del honor de ser poseído por Jim.
Entre las ventanas del cuarto había un espejo de pared, alto. Quizás ustedes sepan cómo es un espejo de pared en un departamento de ocho dólares. Alguien muy delgado y ágil podría obtener, mirando su imagen en una rápida sucesión de tiras longitudinales, una idea bastante exacta de su aspecto. Como Delia era esbelta, logró dominar aquel arte. De pronto se alejó de la ventana y se paró frente al espejo. Sus ojos brillaban, pero a los veinte segundos su tez perdió el color. Con gesto rápido se soltó la cabellera y la dejó caer cuan larga era.
Ahora bien, James Dillingham Young y su mujer estaban orgullosos de dos cosas: del reloj de oro de Jim que había sido antes de su padre y de su abuelo, y del cabello de Delia. Si la reina de Saba hubiese habitado en el apartamento situado al otro extremo del rellano, Delia habría colgado algún día su cabellera fuera de la ventana para que se secase y para demostrar así que desdeñaba las joyas y los lujos de Su Majestad. Si el rey Salomón hubiera sido el portero y cuantos tesoros poseía hubieran estado amontonados en el sótano, Jim habría sacado siempre el reloj al pasar frente a él, sólo para ver cómo se mesaba la barba de envidia.
Así que, ahora, la cabellera de Delia cayó ondulante sobre sus hombros, brillando como una cascada de pardas aguas. Era casi como un vestido, al llegarle más abajo de las rodillas. Y, entonces, Delia lo recogió de nuevo nerviosa y ágilmente. Por un momento se sintió desfallecer y se quedó inmóvil mientras un par de lágrimas mojaban la raída alfombra roja. Luego, se puso la vieja chaqueta marrón y el viejo sombrero marrón. Todavía con aquel brillante fulgor en los ojos y un revuelo de faldas, salió nerviosamente del departamento y descendió por las escaleras a la calle.
Poco después se detuvo frente a un letrero que decía: “Madame Sofronie. Cabellos de todas clases”. Delia subió corriendo un tramo de la escalera y se paro, jadeante. Madame Sofronie no parecía la misma del letrero. Era más blanca, más fría. –¿Me compra mi cabello? –preguntó. -Compro cabello –dijo madame–. Veámoslo. Quítese el sombrero. Delia dejó caer la cascada de sus cabellos castaños. –veinte dólares –dijo Madame, sopesando la masa con mano experta. –Démelos pronto –dijo Delia.
¡Ah! Y qué velozmente transcurrieron las dos horas siguientes, como sobre rosadas alas. Perdonen la fácil metáfora. Delia se dedicó a fisgonear los bazares, buscando el regalo para Jim. Por fin lo encontró. Sin duda, aquello lo habían fabricado para Jim y para nadie más. En ningún otro bazar había nada comparable. Y ella los había registrado todos. Era una cadena de reloj, de platino, muy sencilla, de diseño humilde, que proclamaba su valor con su mero metal, sin necesidad de ninguna ornamentación, como sucede con todas las cosas de valor real. Era una cadena digna del reloj. Apenas la distinguió, Delia supo que debía ser para Jim. Se parecía a él: poseía valor y serenidad, ambos términos aplicables a los dos. Valía veintiún dólares y volvió a casa, precipitadamente, con los ochenta y siete centavos. Con aquella cadena en su reloj, Jim podía demostrar una justificada ansiedad por saber la hora en compañía de cualquiera. Porque, aunque el reloj era estupendo, Jim siempre lo miraba a hurtadillas a causa de la desgastada correa de cuero que usaba como cadena.
Cuando Delia volvió a su hogar, su embriaguez cedió el paso, en parte, a la prudencia y la razón. Encendió el gas y tomando las tenacillas del cabello se dispuso a reparar, en parte, los estragos causados por la generosidad añadida al amor. Lo cual siempre es una tarea terrible, queridos amigos… Una tarea mastodóntica. En menos de cuarenta minutos, su cabeza se cubrió de apretados y diminutos rizos que la hacían parecerse a un estudiante que ha faltado a clases. Se miró en el espejo larga, atenta y críticamente. “Si Jim, antes de mirarme por segunda vez, no me mata, pensará que parezco una corista de Coney Island”, pensó. “Pero, ¿podía hacer otra cosa? ¡Oh! ¿Qué se puede hacer con un dólar ochenta y siete centavos?”
A las siete de la tarde, el café ya estaba hecho y la sartén lista y caliente para recibir la carne. Jim nunca se retrasaba. Delia apretó la cadena del reloj que sostenía en su mano y se sentó junto a una esquina de la mesa, próxima a la puerta por la que entraba siempre Jim. Después oyó sus pasos en la escalera en el primer rellano y se puso pálida por un primer momento. Tenía el hábito de decir mudas plegarias por las cosas sencillas y cotidianas y murmuró. –Dios mío, te lo ruego. Haz que crea que todavía soy bella.
La puerta se abrió y Jim entró cerrándola tras él. Estaba delgado y serio. Pobre muchacho–…¡Tenía sólo veintidós años y ya sobrellevaba una carga familiar! Carecía de guantes y necesitaba un abrigo nuevo. Jim franqueó el umbral, impertérrito, como un perdiguero que está sobre la pista de una codorniz. Clavó su mirada en Delia con una expresión que su esposa no pudo descifrar y aquello la aterrorizó. No era ni enfado, ni ira, ni desaprobación, ni horror, ni ninguno de los sentimientos que creyó leería en su rostro. Sólo sentía que su esposo la miraba fijamente con aire extraño.
Delia se levantó nerviosamente y se acercó a él. –Jim, querido mío –gritó–. Me he cortado el pelo. No me mires así. Lo vendí porque quería hacerte un regalo de Navidad. No te importa, ¿verdad? ¡Volverá a crecer! ¡Tuve que hacerlo! El cabello me crece con mucha facilidad. ¡Dime, “Feliz Navidad”, Jim, y seamos felices! No puedes imaginarte qué bonito…¡qué precioso regalo te he comprado! –¿Te has cortado el cabello? –murmuró Jim con pena, como si después de una intensa tarea mental sólo fuese capaz de advertir aquel hecho tan evidente. –Me lo he hecho cortar y lo vendí –añadió Delia–. De todos modos, no te gusto lo mismo, aunque sin mi cabello, sigo siendo la misma ¿verdad? Jim paseó la mirada por el cuarto con curiosidad. –¿Dices que te has quedado sin tu cabello? –preguntó con aire casi tonto.
–Lo he vendido, te digo –repuso ella–. No lo busques…Vendido para siempre. Es Nochebuena, chico. Lo he vendido por ti, sé bueno conmigo. Tal vez mis cabellos fuesen importantes, pero más importante aún es el amor que te tengo –prosiguió la muchacha con repentina y grave dulzura–. ¿Pongo la carne al fuego, Jim?
Pasada su impresión del primer momento, Jim pareció despertar rápidamente y abrazó a Delia. Durante diez segundos miremos en dirección opuesta a algún objeto sin importancia. Ocho dólares semanales o un millón anual…, ¿qué importa? Un matemático o un hombre de ingenio nos daría una respuesta errónea. Los Reyes Magos trajeron regalos muy caros, pero aquel no estaba entre ellos. Luego explicaremos mejor este oscuro aserto.
Jim extrajo un paquete del bolsillo de su abrigo y lo arrojó sobre la mesa. –No te formes una idea equivocada de mí, Delia, –dijo–. Ningún corte de cabello será capaz de hacerme querer menos a mi mujercita. Pero cuando abras ese paquetito, comprenderás por qué me desconcertaste tanto en el primer momento.
Los pálidos y ágiles dedos de Delia retiraron la cuerda y el papel. Y entonces, dio un grito de alegría; y luego… ¡ay!, pasó en rápida transición femenina a las lágrimas y los gemidos, lo cual motivó al señor del apartamento el inmediato uso de todas sus facultades consoladoras. Porque frente a Delia estaban las peinetas: el juego de las peinetas que admiró durante mucho tiempo, en un escaparate de Broadway. Un par de bellas peinetas de auténtico carey, de bordes adornados con piedras preciosas y un tono de color adecuado para armonizar perfectamente con su hermoso y desaparecido cabello. Su corazón había ansiado aquel par de peinetas de lujo sin tener la menor esperanza de poseerlas algún día. Y ahora las tenía; pero las trenzas que debían adornar las codiciadas peinetas habían desaparecido. No obstante, Delia las oprimió contra su pecho y por fin, tras mirarlas, pudo decir con una sonrisa y ojos empañados por las lágrimas: –Jim, mi cabello crece muy de prisa. Y tras saltar como un gatito chamuscado exclamó: –¡Oh, oh! Jim no había visto aún su bello regalo. Ella lo depositó con vehemencia sobre la abierta palma de la mano. El valioso y opaco metal fulguró como un reflejo del alegre y apasionado espíritu de Delia.
–¿Verdad que es maravillosa, Jim? Recorrí toda la ciudad para encontrarla. Ahora podrás mirar la hora cien veces por día. Quiero ver cómo sienta la cadena al reloj. ¡Dámelo!
En lugar de obedecer, Jim se dejó caer sobre el sofá y se pasó las manos por la nuca. Sonrió.
–Dejemos por el momento nuestros regalos de Navidad, Delia –dijo–. Son demasiado hermosos para usarlos ahora. Guardémoslos. Necesitaba dinero para comprarte las peinetas, por eso… ¡vendí el reloj! Y ahora…, ¿no crees que podríamos poner la carne al fuego?
Los Reyes Magos, como ustedes sin duda saben, eran unos señores muy sabios –maravillosamente sabios– que ofrecieron regalos al Niño en el pesebre. Inventaron el arte de ofrecer regalos de Navidad. Como eran sabios, sus presentes fueron, sin duda, los más sabios y tal vez tuvieran el privilegio de poder ser cambiados en caso de resultar repetidos. Y aquí, torpemente, les he contado a ustedes la tranquila historia de un par de chicos atolondrados que vivían en un apartamento y que sacrificaron imprudentemente, el uno por el otro, los tesoros más grandes que poseían. Pero para terminar, digamos a los sabios de hoy en día que, de todos los que hacen obsequios, esos dos fueron los más sabios. De todos los que dan y reciben regalos, los más sabios son los seres como Jim y Delia. Ellos son los Reyes Magos.
William Sydney Porter, conocido como O. Henry
William Sydney Porter, conocido como O. Henry, fue un escritor estadounidense.
Es considerado uno de los maestros del cuento. Su admirable tratamiento de los finales narrativos sorpresivos popularizó en lengua inglesa la expresión «un final a lo O. Henry» (an O. Henry ending).
En la mayoría de los mejores relatos de O. Henry, escritos en los primeros años del siglo XX, se valora principalmente el final imprevisto y los giros repentinos de la trama al final de la historia. Muchos cuentos tienen lugar en la ciudad de Nueva York y retratan generalmente personajes normales y corrientes como dependientes, policías, camareras. Su obra más conocida, «Los cuatro millones», hace referencia al número de habitantes de la ciudad de Nueva York a comienzos del siglo XX, y al hecho de que cada uno de estos habitantes constituía para O. Henry «una historia digna de ser contada».